En la cárcel no se viven 365 días al año, sino un día 365 veces
La primera vez que oí esa frase, en boca del propio Valverde, pensé “ ¿de verdad es posible vivir exactamente lo mismo día tras día, por muy encerrado que uno esté?”. Tras casi un año de voluntaria en prisiones, estoy segura de que en la cárcel todo es posible. Por eso trato que “mis presos” vivan, al igual que lo hago yo, un día distinto a la semana…
Todo el mundo me pregunta que porqué voy a dar un taller de ocio y tiempo libre a la cárcel y encima los sábados por la mañana ¡un día en el que no hay porqué madrugar! No sabría qué responder; solo sé que la cárcel “engancha”, que detrás de todo ese mundo anormalmente extraño hay una misteriosa razón que hace que, los sábados, no me importe levantarme pronto aún cuando odio madrugar. Puede ser que esa razón misteriosa sean los propios internos. Y es que dentro de la cárcel, como sucede en todos los sitios, hay gente “buena” y gente “mala”. Por suerte, yo sólo me he encontrado a los buenos.
En la cárcel he encontrado al que trabaja sin cesar y cada semana lee un libro, al que me llama “señorita” y se sonroja cuando se le escapa un “mi amool”, al que baila claquet, al que siempre se fija en mis uñas pintadas de rosa, al que necesita borrarse un tatuaje antes de que lo vea su madre, al que no cuenta porque está dentro por si nos asustamos, al que le dejan salir de su módulo sin necesidad de ir a buscarle, al que traduce lo que pone en mis camisetas y sudaderas, al que me siempre pregunta que tal aunque sólo me vio un rato, al que me dice que deje de fumar sin borrar la sonrisa de su boca, al que nos escribirá desde Barcelona y por supuesto, al que me invita siempre a café y encima me echa canela… He encontrado a muchos más y podía seguir escribiendo horas sobre ellos pero esta primera reflexión, que probablemente nunca leerán, es solo para darles las gracias. Sin ellos todo hubiera sido más difícil y desde luego, mucho menos humano.
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janet saccani -